29 de abril de 2009

COLABORACIÓN PUMA


Agradecemos la colaboración de nuestra amiga "Aura Sabina", alias Ana Aguilar, estudiante de la carrera de comunicación de la UNAM, quien nos regala este escrito:


Una casa tranquila para el día del niño

“La abuela está enferma o el tío divorciándose, la vecina ya se va a aliviar y no tiene dinero; ándale, vamos a ser los padrinos del niño. Hoy vienen a reunión los de la comunidad…— Lily, procurando a la gente todo el tiempo — Tu hermana es una envidiosa. Van a correr gente del banco, está dura la situación, el coche ya o va a circular los viernes— mi papá y sus asuntos— Tenemos cita con la niña mañana en Legaria, vamos a recibir al Papa al Hangar Presidencial. Hay que protestar por el aborto, asaltaron a la señora de la papelería”…
Mis principales interlocutores eran mis padres. Me nutría de sus palabras y sus actos; atenta siempre, intentando comprender qué pasaba en el mundo que estaba cruzando la puerta. No tenía hermanos, así que los juegos, el estudio y el diario andar, eran inexorablemente solitarios. Tampoco pude tener mascotas por prescripción médica. Les rogaba a las mamás de mis compañeras para que las dejaran ir a comer a mi casa y pasar la tarde conmigo “es que no tiene hermanitos” decía mi madre, justificando mi petición y quizá sólo por condescendencia, aceptaban irremediablemente. Con el tiempo, una aprende a no rogar por compañía, pero en esos tiempos, funcionaba, y funcionaba muy bien. Vivíamos en una casa sencilla de una sola planta, no muy grande pero bastante acogedora. Abierta a todos aquellos que quisieran venir a la colonia Arenal para visitarnos o pedir ayuda.
Martín, mi padre, aunque creyente, era más bien mundano; buena esposo, pero medio jarra. Lily -mi madre - abnegada, pero con los pantalones bien puestos para enfrentar la vida. Tenía un grupo que acudía los jueves a casa para estudiar la Biblia y a veces yo me colaba para escucharlos. La muchacha que nos ayudaba a los quehaceres domésticos estaba en casa dos o tres veces por semana y yo la adoraba porque era muy alivianada, hablaba mucho y jugaba conmigo a veces. Un día me llevó una muñeca y jugué con ella hasta hartarme. Lily se enojaba porque yo me ponía muy triste cuando se iba “¡Cómo es posible que le llores a ella y no a mí!”
Poco después de navidad, o ¿día de reyes? llegó mi tío Mario desde ciudad Juárez, a vivir con nosotros un tiempo y mi pequeño mundo se complicó. Mi mamá le cedió los dos cuartos que teníamos al fondo de la casa. Al principio, era divertido; me compraba siempre dulces, y se encargaba de llevarme al teatro y a natación. Solía platicar mucho, demasiado. Tenía un tono de voz fuerte y golpeado, mi mamá decía que por vivir en el norte. El me llevó junto con Lily, por primera vez a la Torre Latinoamericana al mirador y al acuario y luego, a comer no recuerdo bien.
Era un rebelde empedernido. Le gustaba tener la música a altos decibeles hasta la madrugada y a menudo se emborrachaba; encima de todo, dejaba las ventanas abiertas; hacía calor porque ya era abril. Todo esto causó conflictos grandes con mi papá, con justa razón, claro. Una de esa madrugadas mi papá se levantó abruptamente de su cama y sólo escuché gritos indescifrables en el patio. Comenzó a robarnos cosas de la casa, y discutía mucho con Lily. No estoy segura si alguna vez la llegó a golpear dado su carácter violento, o quizá si lo supe pero ya lo olvidé. Ya no era mi proveedor numero uno de dulces ni paseos. Él quería la casa, porque decía que también era hijo de mi abuelo. Entre las curiosidades que nos robó estaban las escrituras.
No supe a qué acuerdos llegaron o qué sucedió exactamente. Apenas tenía 7 años y mi cabeza no daba para tanto. Recuerdo que llegó una camioneta muy grande que empezó a llevarse todos nuestros muebles. Guardé en una caja de cartón mis juguetes, y me los llevé en el coche de mi papá “vamos a rentar un departamento” me dijo mi mamá (¿qué era rentar? departamento, ¿era también casa, pero sin patio?) “¿y la escuela, ma´?” “Te levantarás más temprano para que te traiga tu papá” no tenía amigos que perder, ni motivo alguno que me atara a la casa y, finalmente, aunque lo tuviera, la decisión estaba tomada. “Estaremos a salvo y en paz, ya lo verás” me dijo mi papá .Quizá ese debía ser nuestro regalo del día del niño, una casa más pequeña pero tranquila; sin un tío que molestara. El mismo hogar, con distinta sede. A lo pocos días hubo un convivio en mi salón, con pizza, refrescos y dulces, pero nunca resultó trascendente para mí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario