30 de junio de 2009

CUANDO LA MATERNIDAD TOMA LAS CALLES




CUANDO LA MATERNIDAD TOMA LAS CALLES
Sara Amelia Espinosa Islas
Programa Universitario de Derechos Humanos

En una cultura donde lo que tiene valor es lo paterno, la patria, el patrimonio, el patriotismo, aunque el peor insulto sea “no tienes madre”; donde lo bueno se adjetiva como “padrísimo” y las identidades nacionales las construyeron padres de la patria (que no tiene madre), donde los apellidos que marcan las genealogías son los del progenitor, el trabajo de las madres amas de casa es un no-trabajo, los mayores niveles de violencia se dan en la familia y contra las mujeres/madres y el mayor número de personas solas y abandonadas son mujeres (madres de alguien en su mayoría).

El ensalzamiento de la madre un día al año , el 10 de mayo, no es más que parte del patriarcal juego de nombrar para invisibilizar, de celebrar para enterrar, de jugar al amor para exorcizar aquello que en realidad se desprecia. Y, evidentemente, para crear pretextos que refuercen el consumo interno. Nuestra macrocultura patriarcal es, en realidad, profundamente antimaterna.
En este numero de huellas queremos hablar de la maternidad más allá de la mercadotecnia a la que se reduce el amor de las mujeres por sus hijas e hijos, queremos rendir un homenaje a aquellas que han luchado por el clamor de la justicia exigiendo se les devuelva el amor de sus hijos , los desaparecidos políticos desde la década de 1970 y las madres de las asesinadas en Ciudad Juárez, Estado de México, toda la República Mexicana y en todo el mundo.

Doña Norma Andrade
Por nuestras Hijas de regreso a casa

Familiares, en especial las madres y amigos de las jóvenes desaparecidas o asesinadas en el Estado de Chihuahua crearon a principios de 2001 la organización Nuestras Hijas de Regreso a Casa (NHRC). Aunque los asesinatos comenzaron en 1993, cuando cinco jovencitas desaparecen en tan sólo cinco meses, las muertes y desapariciones de más mujeres y niñas empezaron a aumentar de forma considerable. NHRC integra a familias de Ciudad Juárez, sumándose desde entonces a su labor juristas, artistas, académicos, psicólogas, etc… de origen tanto nacional como internacional. Pero lamentablemente, también se van sumando más familias afectadas por las pérdidas de sus hijas. Las madres que participan en este movimiento han convertido en fuerza su dolor, y luchan desde todos los frentes. Porque además del brutal asesinato de sus hijas, tienen que enfrentarse a la intransigencia, al encubrimiento, a la corrupción y a la más indiferente actitud de funcionarios y autoridades.

A Continuación, les presentamos una entrevista a Doña Norma Andrade, la principal líder de la Organización Nuestras hijas de Regreso a Casa, realizada por José R. Martínez Bolio, véase:
http://www.yucatanonline.com/portal/index2.php?option=com_content&do_pdf=1&id=839


…“El 14 de febrero del 2001, mi hija, Norma Alejandra García Andrade, fue secuestrada. La encontramos muerta siete días después. Al morir mi hija, Maricela Ortiz Rivera –que fue su maestra- y yo fundamos, Nuestras Hijas de Regreso a Casa, A. C”.



¿De quién sospecha?

“Del señor Raúl Domínguez, un empresario (que es un secreto a voces negado por la policía estatal) controla el narcotráfico en una parte de la ciudad; de Valentín Fuentes, familiar del señor Tomás Zaragoza y yerno de Lino Korrodi”.

¿Por qué sospecha del señor Fuentes?

“Porque me llegó un anónimo diciendo que mi hija se la llevaron a él, como regalo de San Valentín, por unos judiciales después de ser secuestrada. En el caso de mi hija hubo corrupción, no se quiso investigar a fondo, es decir, pasaron por alto una línea de investigación que mandó el FBI. Era obvio que no la tomaron en cuenta porque querían proteger a gente muy importante, como a Domínguez y Fuentes, éste último vinculado con Tomás Zaragoza y Lino Korrodi.

“Usted ha escrito acerca de Tomás Zaragoza, el magnate gasero de Ciudad Juárez –me dijo-. Todo mundo aquí, por miedo, no habla de él. Le tiene pánico. ¡Yo no! Le diré algo que es del dominio público señor Martínez:

“En las inmediaciones del Cristo Negro hay una empresa –propiedad de la familia Zaragoza- llamada Pimsa. A los predios de la empresa nadie puede entrar. ¿Por qué? ¡Porque hay una estricta vigilancia!

¿Cómo se explica que en los terrenos de dicha empresa hayan sido encontrados seis de jovencitas asesinadas? Zaragoza culpó al velador, pero ¿dónde están los registros de los vehículos que entran a sus terrenos? ¿Cómo es posible que dentro de los terrenos de la misma empresa hayan sido encontrados cargamentos de marihuana?”

¿Qué otros empresarios de la localidad, le pregunté, a doña Norma Andrade han sido nombrados en el caso de las muertas de Juárez?

“Según la lista que se manejó en el Paso Times, Víctor Rivera. Arnoldo Cabadas, director de una televisora; Manuel Sotelo, propietario de una línea de trailers y otros que ahora no recuerdo, pero eran 10 en total”.

Sus declaraciones, señora Andrade, son fuertes ya señalan a gente prominente”.

“¡Así es!, pero no me arrepiento; las autoridades –cuando aparece una mujer asesinada- dicen “¡es una prostituta!” Cuando la mayoría de las asesinadas, no lo han sido; son gente pobre, pero por ser pobres y por ser mujeres, estamos amoladas. Aquí, un procurador, dice: ‘Las mujeres buenas están en casa, y las malas en la calle’. ¿Qué está diciendo? Que por el hecho de salir a trabajar en la maquila, pueden ser asesinadas y no pasa nada”
Que por el hecho de salir a trabajar en la maquila, pueden ser asesinadas y no pasa nada”.





Queremos compartirles este escrito titulado “El calvario de mi hija”, escrito por Eugenia Muñoz, una de las Madres de la Organización Nuestras Hijas de Regreso a Casa

EL CALVARIO DE MI HIJA

A las hijas víctimas de Juárez


Mi hija
secuestrada, torturada,
mordida, golpeada, pateada,
quemada, manos-esposadas,
violada, estrangulada
sin piedad
sin corazón
sin alma
por corazón-roca
por alma-hueca
por mano-diabólica
Mi hija
botada como cosa
desechable, no reusable
tratada como deshecho
como indeseable basura.
Mi hija
desdeñada, difamada,
desgraciada, calumniada
en su virtud
vilmente
falsamente
cobardemente.
Aquellos en el poder
sin corazón para sentir
sin oídos para oir
sin ojos para ver
sin alma para buscar
¡¡¡JUSTICIA!!!
Para mi hija.






DOÑA ROSARIO IBARRA DE PIEDRA



A continuación, queremos compartirles una bella semblanza de una mujer que en cuerpo y alma representa a las madres que han tomado las calles exigiendo justicia, Doña Rosario Ibarra de Piedra, escrita por Melisa Cardoza.


Rosario Ibarra de Piedra: paradigma materno ante la ignominia


* Su infancia y sueños juveniles semejantes a los de muchas mujeres* En 30 años han encontrado a 148 desaparecidos vivos* De la lucha por la aparición de su hijo a las luchas por parir la justicia, por Melissa Cardoza




La niña Rosario jugaba con su muñeco de hule, su preferido. Si el muñeco bebé movía la cabeza para un lado hacía pucheros; si lo hacía para el otro, sonreía. Era un muñeco de alta tecnología para los años treinta, cuando ella era una chiquilla y no era doña Rosario ni era de Piedra. Así iba con su muñeco en brazos, lo bañaba, lo vestía, lo arrullaba.


Las madres de los desaparecidos en la Argentina traen un pañuelo blanco sobre sus cabezas, es el símbolo de los pañales de sus hijos, de sus bebés hijos adultos desaparecidos.


La sociedad que esencializa y dice defender la maternidad, cada tanto despliega sus instituciones más íntimas y roba los hijos a sus madres. Selectivamente arrebata a las hijas e hijos que se oponen al sistema, los asesina o los tortura, los secuestra, los desaparece. Rosario Ibarra porta, en el centro de su blusa negra, un broche con la foto del joven Jesús Piedra Ibarra, su hijo, que cumplió 30 años de ser desaparecido político, mismos en los que ella lo ha buscado por todas partes. Aún no lo encuentra. Jesús tendría ahora 50 años, pero la foto del broche no conoce el paso del tiempo y su sonrisa juvenil se quedó para siempre.


A Rosario Ibarra de Piedra no le enseñaron a ser mamá, tampoco a cocinar. Le enseñaron a memorizar muchas poesías, lo que es, dice, origen de su buena memoria; también a cantar, a bailar y a tocar el piano, esto último lo hacía muy mal, cuenta. “Me gustaba mucho recitar y bailar, recuerdo que cuando llegaban visitas a mi casa les ofrecía bailar y cantar, me gustaba que me vieran. Ahora me encanta cocinar, pero no sabía hacerlo cuando me casé, de chica no tenía tiempo de trabajar en mi casa, hacía muchas cosas fuera, mi mamá me ponía a estudiar después de la escuela, tenía cursos de todo porque ella quería que yo fuera un estuche de monerías. No sabía guisar ni un huevo; ya casada le preguntaba a mi mamá cómo hacer la comida, me salía a llamarla para que me dijera qué hacer, yo vivía con unas cuñadas y no quería que se dieran cuenta de que no sabía nada.


A ser mamá aprendí porque eso no se batalla nada, lo único que me daba preocupación cuando mis hijos estaban chiquitos era bañarlos, los bañaba mi marido (Jesús Piedra Rosales) pero lo demás no me dio trabajo .


Con la práctica se ha hecho tan buena cocinera que tiene platos exclusivos, como el Rospamar, que son unas costillas de puerco adobadas en cinco chiles rojos y vinagre de manzana con un montonal de especias de todo tipo que luego se ponen al horno. Dicen quienes las han probado, que son riquísimas. Es una receta recreada, pero el nombre es original: de Rosario para Marcos.
“Yo veía el papel de la maternidad con mi madre que era bondadosa y cariñosa conmigo, quería tener un hogar, era un sueño para mí, quería un hogar amoroso. Tenía yo 24 años cuando nació María del Rosario, después llegaron Jesús, Claudia Isabel y Carlos.


Mis hijos nunca me han cuestionado por qué yo me dedico a lo que hago, al contrario, siempre me han apoyado; cuando me vine a México se vino mi hija un rato conmigo, luego vino la otra y finalmente el hijo menor. Han sido solidarios, comprometidos, jamás me han reclamado que yo me haya dedicado a buscar a Jesús; mi hijo Carlos tenía 16 años cuando desaparecieron a su hermano. Ellos también han sufrido mucho, sufrieron la entrada de la policía a mi casa, el cateo, yo no dejé entrar a la policía al cuarto de mis hijas, pero al de mis hijos sí entraron y los muchachos tenían camas gemelas, dormían juntos, mi hijo menor estaba aterrado”.


Sin batallar creció a cuatro hijos y ahora también a sus seis nietos varones que viven en Monterrey y a quienes visita cuantas veces puede. “Mi marido y yo quisimos tener esos hijos, casi a todos él los ayudó a nacer ahí en la casa, también recibió a un nieto que ya no dio tiempo de llegar a la maternidad. Cada uno de mis hijos fue amado, cuidado, atendido. Nos gustaba mucho salir con ellos a pasear, íbamos al campo, al cine, al teatro, los domingos montábamos a caballo. Teníamos una vida llena de alegría en medio de la relativa felicidad que se puede tener sabiendo que en el país hay tanta miseria y dolor, eso lo conocíamos bien por la profesión de mi marido, como médico le tocaba atender a tanta gente enferma y pobre. La pobreza y la enfermedad se llevan bien. Me interesaban también, y mucho, los movimientos de lucha allá en Monterrey, donde vivíamos entonces, porque ahí la diferencia entre explotados y explotadores es muy tajante. Existe la gente dueña de empresas y de bancos, que vive con mucha comodidad; y los obreros, los pobres, que eran a los que atendía mi esposo; era médico de los obreros de la fundidora de acero. Y yo acompañaba a los mineros en sus marchas contra el alza de los precios del transporte y la comida, iba a las marchas contra la guerra en Corea y en Vietnam, recuerdo que llevaba a mis hijitos de la mano a todos los actos por la paz”.


En 1975 un grupo de madres y familiares de desaparecidos y presos políticos, unidos en su desesperación e indignación, fundaron el comité que hoy se llama Eureka. Rosario Ibarra de Piedra ha estado en esta lucha desde entonces, y en muchas otras más. “El 18 de abril de 1975 secuestraron a mi hijo y ya no supe de él, hice todo lo que pude en las instancias regiomontanas pero no me dieron respuesta; me trasladé al DF el cinco de mayo de ese mismo año. Supuestamente venía a la ciudad de México por veinte días, porque pensaba que aquí funcionaría la justicia, pero en vez de eso me encontré con otras mujeres, madres, esposas, hermanas, que andaban en los mismos trámites que yo y así al correr del tiempo nos juntamos y formamos nuestro comité que se llamaba Comité Pro Defensa de Presos, Perseguidos, Desaparecidos y Exiliados Políticos de México, un nombre que todo el mundo olvidaba y nadie escribía bien.


Le cambiamos a Eureka, a medida que encontrábamos desaparecidos, porque a lo largo de la lucha hemos encontrado 148 desaparecidos vivos, y ellos vieron vivos a los demás, por eso seguimos diciendo ¡vivos se los llevaron, vivos los queremos! Todos son nuestros hijos. La esperanza nunca muere entre nosotros”.Tuvo una familia donde siempre estaba presente el sentido de la justicia, un padre masón y una abuela anarquista. “Yo, de chica, lloraba porque los indios tarahumaras que pasaban frente a mi casa a vender sus productos del campo estaban descalzos y hacía mucho frío, cómprale zapatos, le pedía a mi papá. Y mi padre, que era un señor paciente, me explicaba que no podía comprarle zapatos a todos los indios pobres de México porque eran muchos, pero que sí podía hacer algo porque esa situación se terminara”.


Entre los objetos de la casa-museo donde vive, Rosario guarda un pequeño huarache de plástico, como de una niña de tres años. Lo encontró en la selva chiapaneca, en un lugar de donde la gente salió corriendo por la entrada, en paracaídas, del ejército. “Había ropa, retratos y otras cosas que devolví a unos compañeros, pero el huarachito a quién se lo iba a dar, me lo traje para acá”. Ahora Rosario tiene 78 años y sigue luchando por los indios de México.


La abuela Adelaida, madre de su madre, era una mujer que se quedó viuda joven y tuvo que sacar adelante a sus tres hijos. Era de ideas anarquistas, una señora que cada 21 de marzo hacía con sus propias manos unos botones con los colores de la bandera mexicana y el texto “El respeto al derecho ajeno es la paz” y los repartía a sus clientes y a otras personas que encontraba por la calle. Tenía una panadería llamada La voz del pueblo, ella montó ese negocio sin saber hacer pan. “Quién sabe de dónde mi abuela sacaba esas ideas, ella llevaba a vivir a su casa muchachas del pueblo, madres solteras que todo el mundo despreciaba y la criticaban mucho por eso; era muy fuerte de carácter, a mí me impresionaba mucho, linda esa vieja, era de un pueblo llamado Marín, de allá de Nuevo León.”


Doña Rosario vive en un departamento del edificio Condesa. Dice estar rodeada de vecinos buenos y solidarios con su causa. Antes vivió en varios lugares donde “rondaban hombres con caras raras, policías y agentes, los vecinos, asustados, me pedían que mejor me fuera”. Su casa es amplia, pero ya no caben ella y sus objetos simbólicos de la lucha: una colección de cruces, muchas fotos, carteles, cirios y una corona de espinas. “La corona de espinas es un símbolo de la tortura, me la regalaron unos amigos y las cruces también representan algo similar. A Espartaco lo crucificaron, a los rebeldes, los romanos los crucificaban. No soy religiosa pero me impresiona mucho la vida de Cristo como ser humano. Cuando era niña a mí me mareaba el olor de la cera y el incienso y por eso no podía ir a la iglesia, después me retiraron de esa institución los modos de los sacerdotes que predicaban lo que no hacían, pero tengo amigos curas y obispos de la Teología de la Liberación; yo de chiquilla estuve en colegio de monjas, pero de ahí me salvó la educación socialista. Y tengo una cama de latón con muchos rosarios colgados, yo que culpa tengo de ser Rosario, a mí me salvó mi tocaya la virgen; me estaba muriendo cuando tenía seis meses y mi mamá hizo promesa a la virgen del Rosario de ponerme su nombre, y así fue”.


Para doña Rosario y las mujeres del Comité Eureka, todos los desaparecidos y desaparecidas son sus hijos e hijas, ellas no confían en aquellas teorías, muy del norte de este continente, que establecen que sólo la madre biológica debe cuidar a su hijo; ellas buscan al hijo y la hija de cualquiera, infatigablemente. "No nos cansamos ¡cómo nos vamos a cansar si no nos quitaron cualquier cosa. Nos quitaron un hijo, un esposo, una hermana y esos lazos no se rompen! Nuestra demanda mínima es la máxima y la máxima es la mínima. No se puede negociar un hijo ni un hermano. Se puede negociar un salario y una tierra, pero no una vida humana. Una vida humana brotada de nuestro vientre o ligada a nosotros por la sangre, por el afecto o por la afinidad y por las convicciones. Eso no se negocia, eso nos mantiene. A veces pienso en qué tristeza es para nosotras las madres de los desaparecidos haber adquirido importancia por esa razón. Tener un hijo desaparecido no es vivir en paz, eso es vivir con la zozobra, con la guerra interior. El hecho de que me hayan arrebatado un hijo es terrible, no se lo deseo a nadie, no se lo deseo ni siquiera a quienes se lo llevaron, si quisieran al hijo del que era presidente cuando se llevaron al mío y aún sabiendo, como sé, que él dio la orden de la captura a los judiciales para secuestrar muchachos, si desaparecieran un hijo de él, yo lo buscaría porque yo no quiero ser igual a ellos ni quiero que esos hechos se repitan en este país”.


Los gestos de doña Rosario son enérgicos, le han dicho que posee algo que se llama tensión dinámica, una energía que la hace realizar muchas cosas con mucha fuerza. Su mamá la llamaba El ventarrón. “Cuando estaba en la escuela vivía en una casa grande, con un pasillo largo, largo; yo llegaba corriendo a la casa, cerraba la puerta y mi mamá, que estaba en el fondo, cuando oía aventar la puerta decía, ahí viene El ventarrón. Y ahora mis hijos me llaman la abuela cometa. Quisiera tener más tiempo para estar con ellos y leerles, ellos me reclaman cuando me voy. Si algo quisiera hacer es estar de abuela a tiempo completo, para apapachar a mis nietos y contarles muchas cosas”. Rosario Ibarra de Piedra es la madre del desaparecido, del luchador, y también de otros y otras que la han adoptado como su mamá en un emotivo acto de maternidad elegida, pero al revés. Tiene muchos hijos e hijas por todas partes, amigas del comité Eureka, el subcomandante Marcos que vive en la selva y al cual nunca le ha visto la cara, y un urbanita que se ha vuelto muy popular, llamado Andrés Manuel, entre otros.


Rosario trabaja todo el día. Se despierta a las cinco y media de la mañana, duerme a media noche, bueno, se mete a su cama y lee. Escribe en periódicos, ha sido diputada, candidata a la presidencia de la República, solidaria con todas las luchas sociales y tiene una pensión de viudez que le alcanza para financiar sus actividades políticas, que es donde se acaba casi todo, y para sus gastos privados. “No gasto mucho porque ya no ando de presumida, a la última moda. En lo que siempre he gastado mucho es en libros, y leo todo lo que compro. Me gusta comer cosas sencillas, pero eso sí carne, porque si no como carne siento que no comí”, dice esta norteña que recuerda lo que decía el escritor (José) Vasconcelos: “en Monterrey se acaba la civilización y empieza la carne asada”.


Por suerte, el coñac, que también le gusta, por lo general se lo regalan, y además “del bueno”, dice la conocedora.
EXPERIENCIAS QUE DEJAN HUELLAS
En este número de huellas Nieves Adriana Lucero Gil de Orozco alumna de la carrera de Enfermería nos invita a reflexionar a través de un breve ensayo sobre los feminicidios en México y la injusticia que viven familiares y amigos de las desaparecidas por parte de las autoridades. Muchas gracias a Adriana por este trabajo que dejará huella en todas y todos nuestros lectores.
REFLEXIONES SOBRE LOS FEMINICIDIOS EN MÉXICO
Nieves Adriana Lucero Gil de Orozco,
alumna de Enfermería, UIA Tijuana

Uno de los problemas sociales más grandes que sufrimos en nuestro país es la discriminación que sufren las mujeres, sin que esto se haga muy visible. A pesar de que esta por finalizar la primera década de este nuevo siglo, se puede constatar que la igualdad entre hombres y mujeres, el económico y los ejercidos por el gobierno siguen siendo un mito.

En México mismo aún hay muchas zonas marginadas en diversos aspectos, lugares en donde prácticamente las mujeres son “esclavas”, es decir que dependen de los padres, hermanos y esposos, y que son ellos los que deciden por ellas, y no son dignas de tomar sus propias decisiones.

Lo más grave es que son las autoridades mismas las que permiten este tipo de segregación a consecuencia de la corrupción que ocasiona que la justicia no llegue a los niveles socioeconómicos y culturales más bajos, y que la impunidad siga avanzando de forma muy cruel; aunado a esto, la situación económica por la que atraviesa nuestro país, hace que cada día sea el mayor número de mujeres que se vean en la necesidad de buscar trabajo fuera del hogar. En el que en su gran mayoría se emplea en fábricas o maquilas extranjeras donde además de ser discriminadas, si estas llegan a encontrarse embarazadas no las emplean, para no pagar su incapacidad materna, las explotan en trabajos, horarios fuera de la ley pues los hay hasta por 12 hrs. diarias sin contemplar horas extras.

Las fábricas extranjeras se ubican en su gran mayoría en la frontera de nuestro país, establecerse estas empresas en México, es garantía de mano de obra baja y pocas prestaciones sociales, ya que en su país los sueldos se elevan.
A las grandes ciudades fronterizas, llegan cada día personas de diferentes partes de la República, buscando mejorar la calidad de vida de ellos y sus familias; en el caso particular de Ciudad Juárez, es donde la discriminación de las mujeres se ve, además la de la aplicación de Justicia.

Hace poco más de una década, comenzó la desaparición de mujeres que venían o iban a sus trabajos y/o escuelas; mujeres jóvenes que desaparecían misteriosamente, que tiempo después encontraban violadas, torturadas, brutalmente asesinadas y mutiladas, tiradas en diferentes locaciones, sin que jamás existiesen testigos.

Hay infinidad de familias que claman por justicia y por sus mujeres muertas. Las autoridades estatales y federales dicen “que buscan a los autores de estos asesinatos”, que se aumento la vigilancia policiaca y aún así no hay persona alguna que proporcione información, para la captura de tan crueles delincuentes.

La población segura que son los asesinos individuos pertenecientes al narcotráfico, hombres ricos y poderosos e incluso personas encargadas de salvaguardar el orden y la justicia. Se han logrado detener a varios individuos a los cuales se les han relacionado con los asesinatos, pero en su gran mayoría estos son inocentes; el tiempo pasa y los asesinatos continúan.

La difusión a nivel nacional y extranjera ha sido tanta que sobre esta problemática que las autoridades de EE.UU. el FBI a solicitado colaborar en las pesquisas pertinentes, e incluso se dice que se les entregó a sus similares de México expedientes sobre las investigaciones realizadas por ellos, pero que los mandos Mexicanos han hecho caso omiso a estas pesquisas e incluso han rechazado estas propuestas invocando su autonomía.

Lo más triste de esta situación es que al momento que se puso al frente de estas investigaciones, a mujeres que trabajan en estos casos se limpian las manos diciendo que se han aprendido a los culpables, y que el número de mujeres muertas son mínimas, ya que la mayoría de ellas son víctimas de sus familiares, o de asesinatos pasionales.
Se han realizado marchas para que se investiguen los asesinatos de las “muertas de Juárez”, con el respaldo de grandes personalidades del ambiente artístico y de la sociedad, pero esto no sirve de nada para que se aclaren estos asesinatos.

Igualmente se puede hablar de las muertes de mujeres en edad reproductiva en el estado de Chiapas, que mueren sigilosamente sin que nadie sorprenda y haga algo al respecto, estas mujeres que tienen la atención a la salud muy restringidas, quienes están involucrados en estas muertes son: los factores culturales, como la desigualdad étnica, de género y generacional, los factores económicos y políticos, que anteponen los intereses de gobierno ante la población indígena.

Por lo tanto yo me pregunto ¿que están esperando las autoridades?, que aumente el número de mujeres muertas, que las familias tomen justicia con sus propias manos, ¿hay que esperar que sea alguna de sus mujeres la siguiente victima, para poder actuar y tener una solución a este conflicto, que no solo pertenece a Ciudad Juárez, si no a todo el país.
Al igual que nuestros compatriotas de Chiapas que es lo que se le espera, ¿seguirán muriendo mujeres sin que el gobierno tenga la vista puesta en ellas?

En estos momentos cuantas no son las personas que están esperando justicia e igualdad de trato. En todos los ámbitos que se presenta esta desigualdad de género, ya sea étnica, de social, económica, etc., el escenario político no ofrece puntos para la comprensión de los problemas ni perspectivas para tomar acción; las cuales se encuentran al margen de cualquier procedimiento, estos constituyen un juego contra la sociedad.

Hoy la sociedad padece de un profundo desconcierto, desea y necesita criterios de igualdad, nuevas formas de representación que permitan la reivindicación de sus gobernantes; pero seguimos igual la sociedad todavía mira hacia el pasado, su única realidad, parece que nuestros sistemas son como nuestros enemigos, consideran que se sienten con derecho a ejercer su violencia.

¿Donde quedan nuestras aspiraciones, nuestro futuro?; no hay que perder la fe, nuestra esperanza aunque parezca una utopía puede que se apunte a un país distante pero que puede ser posible. A lo mejor si ya no nosotros pero si nuestros descendientes puedan ver un país con igualdad y justicia si se sigue luchando como hasta ahora; creo que vale la pena hacer este esfuerzo.



Eres mujer
Autora e interprete, Ferrina

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