5 de septiembre de 2009

DISCAPACIDAD: ETIQUETA DE PRETEXTO PARA MARCAR UNA “OTREDAD”


Sara A. Espinosa Islas


El punto de partida

Si partimos del supuesto que la discapacidad tiene un marco de referencia cultural y toda cultura implica una diferencia para constituir su identidad, entonces las figuras de separación, de constitución de lo “Otro”, se conforman tanto al interior como al exterior del marco de identidad de una cultura. Es decir, la diferencia atraviesa tanto la constitución individual como la constitución del grupo social y colectivo, que implica la noción social del prójimo como semejante pero a la vez como otro distinto a mí.


Dicho de otra manera, Guillaume sotiene que “...en todo otro existe el prójimo – ese que es diferente de mi, pero al que, sin embargo, puedo comprender, reconocer, aceptar y asimilar – y también existe una alteridad radical, inasimilable, incomprensible e incluso impensable (1). En cambio Derrida (2) sostiene que el concepto de Diferancia significa lo mismo y lo otro de manera parelalea, es decir, lo otro como absolutamente heterogéno, diferente e intraducible.


Se puede intentar dilucidar entre identidad y semejanza, que implica un otro al que reconozco como prójimo; e Identidad y diferencia, el extraño, extranjero, lo inasimilable lo no yo no míos como suerte de una formula:


Los unos = nosotros ≠ el otro, los no nosotros, los otros.


Cada uno/a tiene a sus pares de otros asimilables y admisibles, pero también nos proyectamos en lo nombrado como el “otro” alter, incomprensible e inadmisible variando la significación de la otredad de una cultura a otra y de una época a otra. (3)

La discapacidad como figura de otredad.


Con la consolidación del discurso médico como ciencia impositiva depositaria del saber universal de la humanidad en el siglo XIX, contribuyó a etiquetar la “discapacidad” como otredad, ya que constituyo (y constituye hasta nuestros días) el parámetro de normalidad o saludable vs no lo no saludable, surgiendo la psiquiatría como la fuente de saber-poder de clasificación.


Michel Foucault en sus tres tomos de Historia de la Sexualidad, Tomas Laquer, David Le Bretón, Rene Dipardo a través de sus estudios sobre la historia y percepción del cuerpo (y muchas y muchos intelectuales más) analizan y denuncian como de la subversión de la medicina se pasó a la fiscalización, regulación y ordenamiento de la normalidad, bajo lo cual, la discapacidad entro de lleno al ojo panóptico de la medicina de donde se acrecentó el estigma social.


A lo largo de la historia de fines del siglo XVIII, todo el siglo XIX y hasta la mitad del siglo XX los niños “anormales”, “dementes”, “retardados”, “minusválidos”, han sido productos del discurso del “laboratorio” hospitalario, es decir, fueron nombrados dentro de un campo propio del “saber científico” desde la medicina, psiquiatría y psicología del corte positivista y evolucionista.


Pasado la primera mitad y más cercano al último cuarto del siglo XX e inicios del XXI, la discapacidad ha sido punto de debate en torno a los derechos y dignidad de las personas que viven con algún tipo de discapacidad, pero aún desde un punto de vista de otredad, (porque curiosamente aunque todas y todos podemos ser llamados discapacitados, sólo se pone en ese lugar a personas “diferentes”).


Incluso la dignidad de las y los discapacitados se ha vuelto desde hace 12 años un “reality show” y un nuevo campo de lucración empresarial con el TELETON.


De ella se desprenden los supuestos que establecen las diferentes modalidades de intervención, ya sea para su corrección: social, física e intelectual, o bien para contener y delimitar los efectos sociales nocivos mediante su separación en espacios creados ex profeso, con una clara consigna de rehabilitación, de enderezamiento de corrección, a través de la proliferación de los “especializados” para su estudio, evaluación e integración a través de la “educación especial”.


En la integración e inclusión de las personas con discapacidad hay un retorno implícito al concepto de normalidad sólo que disfrazada, ya que Guillaume señala que “lo ‘normal’ y lo universal se confunden finalmente bajo el signo de lo humano" (4). La diversidad se encuentra sujetada al currículo básico normativo.


El currículo básico con tiene un concepto de lo humano como un modo inapelable del ser. Las competencias académicas que el currículo define para todo estudiante, están enmarcadas y clasificadas, la calidad de la educación se mide a través de éstas y ello define el nivel o el progreso de la educación y del ser y con ello su inclusión normal en la sociedad.


Discapacidad y Pre-juicio


Hannah Arendt señala que: “un pre-juicio se encuentra bien anclado en el pasado e impide ser cuestionado, se reafirma en su sentido omnímodo y paraliza una búsqueda por otro tipo de experiencia. El significado, que pareciera ya coagulado, determina una forma de actuar y pensar sobre el otro. Con ello impide e imposibilita una experiencia de relación diferente del presente”(Arendt, 2001).


Siguiedo en esa misma línea, Arendt sostiene:


1. No se puede vivir sin prejuicios. Nadie está libre de ellos.


2. Entre más libre de prejuicios, menos apropiado es uno para lo puramente social. Comportarse como lo esperado, fomenta la dificultad de la apertura a nuevas interrogantes e impide cuestionamientos que conduzcan a un cambio significativo.


3. Encarar los prejuicios implica un abrirse a la experiencia, a un camino no seguro, y ello esfuerza el pensamiento por generar otros significados posibles a través de juicios, argumentos de persuasión que pueden traducirse en acciones.


4. De esto podría resultar otra práctica posible, otras formas de convivir, otras formas de relacionarse con los otros.


Partiendo de este punto de vista, el pre-juicio de la discapacidad consiste en una afrenta al ideal de la cultura normativa universal, porque el malestar que origina la discapacidad en la cultura posiciona a la persona pre-juzgada como perjudicada al no caber en la norma, pero a su vez, una persona denominada con discapacidad afecta y produce una suspensión en los otros que al no reconocer la diferencia, es por no reconocerla en ellos mismos.


Se trata por todos los medios de integrarlos, incluirlos, de otorgarles la misma condición en la medida que logren asemejarse a lo universalmente impuesto, ya que abrirse a lo desconocido, a lo innombrable es ponerse en riesgo y llegar a ser simbolizado como otredad.


El reto es…


Hoy más que nunca el psicoanálisis, la filosofía, la lingüística y la cultura tienen mucho por hace, el reto es crear sujetos más allá de las líneas teóricas del desarrollo donde todas y todos seamos sujetos en acción, seres parlantes en correspondencia de un diálogo con todos los otros, todos diferentes en una relación donde todos los cuerpos importan (7).


Nos parece que las personas inscritas en el estatuto de la “dis”-función (discapacidad) sea parálisis cerebral, discapacidad intelectual, autismo, etcétera, muestran una travesía por este agudo aislamiento y experiencia prácticamente mortífera hasta que no aprendamos mirar de otra manera., hasta que nos despojemos de la venda de “lo universal” y “normal” de nuestros ojos, hasta que aprendamos a ser humanos.


1. Guillaume, M., Introducción, en Figuras de la Alteridad, Baudrillard, J., y Guillaume, M; México, Taurus, p. 12.


2.Derrida, J. y Roudinesco, E; Y mañana qué..;. , MéxicoFCE, 2002.


3. Retomo esta idea de los seminarios impartidos por Enrique Dussel sobre la liberación de los géneros en la UAM-Iztapalapa, 2003.


4. Guillaume, M.; op. cit. p. 14.


5. Arendt, H., Notas de seminario impartido en UPN-Ajusco, noviembre del 2000.


6 Arendt, H.; ¿Qué es la política?; Edit. Paidos, ICE/UAB, Pensamiento contemporáneo, 2001.


7. Retomo estas ideas de los cuerpos parlantes de Beatriz Gimeno de su Manifiesto Contra sexual y Judith Butler Cuerpos que importan.

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